“Estamos hasta la madre” es la frase con la que se inicia una nueva etapa de protestas populares en repudio a la violencia que se vive en el país, desde que el 6 de diciembre de 2006 -en plena crisis de ilegitimidad y en aras de lograr mínima aceptación y “gobernabilidad”-, Felipe Calderón Hinojosa declarara la “guerra contra el narcotráfico”, inaugurando así para México un tiempo de cruda violencia e impunidad, que ahora pareciera irreversible.
Los 40,000 muertos “son nuestros muertos”
La escalada de violencia ha sido de tal magnitud y tan acelerada, que a 4 años y algunos meses de iniciada la “aventura” bélica del mandatario, las consecuencias son devastadoras: familias enteras destrozadas, niños y niñas sin padres, desplazamientos forzosos, infancias corrompidas, mujeres -algunas casi niñas- viudas, jóvenes sin futuro y poblaciones enteras que habitan entre fuegos cruzados, viviendo día a día sin la menor garantía.
No obstante, los costos son torpemente llamados por el discurso oficial como “daños colaterales”, como si las 4, 000 vidas humanas consumidas tras el fuego pudieran simplemente colocarse “a un lado” como los perjuicios no calculados, y los 1, 000 niños huérfanos como afectaciones accidentales. Y estas son sólo cifras, números incapaces de reflejar los daños sociales inconmensurables. La expansión de las redes y el poder del narcotráfico -absurda consecuencia “colateral” de la campaña bélica del Calderón- así como el crecimiento de la violencia y sus secuelas en la cultura y en la vida política, extenderán sus efectos más allá de lo que incluso ahora podemos preveer, pues el dolor y la impotencia se hunden de manera profunda en el tejido social.
Los últimos acontecimientos muestran crudamente que la violencia ha rebasado cualquier tipo de frontera. En varios estados del país la población se ha visto obligada a modificar su vida cotidiana tomando medidas de precaución, como no transitar de noche por ciertas zonas o por carretera, no hablar del crimen organizado en los taxis o en lugares públicos, no confiar en los militares ni en la policía (Proceso, 1797). En vez de brindar seguridad –como tanto pretende mostrar la propaganda oficial-, el ejército genera desconfianza y miedo, ya que son bien sabidas las detenciones arbitrarias, las complicidades con el crimen, la impunidad y los múltiples casos de negligencia.
Aún cuando en buena parte se trata de víctimas civiles, los muertos y los afectados son criminalizados diciendo que son sicarios. Y no es que se niegue que entre los asesinados también hay sicarios, pero es necesario decir que es en el contexto de la miseria en donde muchos de ellos han aceptado unos pesos por la vida de alguien. Ellos son también producto de una sociedad que no ofrece esperanzas para vivir sino opciones para morir. Por todo esto, los aproximadamente 1, 000 muertos por año desde 2007, no son cadáveres contables, son vidas mutiladas, esos 4, 000 muertos son nuestros muertos.
Sicilia: “porque nuestro dolor es indecible…”
El 3 de abril en Cuernavaca tiene lugar una marcha inédita en la que confluyen jóvenes, campesinos, obreros y personas de la sociedad civil para exigir al gobernador de la entidad, Marco Antonio Adame, un alto a la impunidad y a la violencia que sacude a Morelos. Y es que la violencia como riesgo cotidiano, ya no se circunscribe a Ciudad Juárez o Sinaloa, ahora se vive igualmente en Durango, Tamaulipas, Monterrey, Zacatecas, Morelia, Guadalajara, Veracruz, Guerrero, Chiapas, Quintana Roo y varias poblaciones más. Morelos es hoy día la quinta entidad más violenta del país, y Cuernavaca, antes conocida como “la ciudad de la eterna primavera”, es ahora el lugar de enfrentamiento de grupos criminales, que se diputan el mercado de drogas tras la muerte de Édgar Valdez Villareal, alias la Barbie, y de Arturo Beltrán Leyva. Sólo en lo que va de este año se cuentan 80 ejecuciones –la mayoría de jóvenes-, cinco veces más que en el primer trimestre del año pasado. (Proceso, 1796)
Nadie está a salvo. Esa es la realidad cada vez más tangible para millones de mexicanos que en cualquier latitud del país padecemos los estragos de esta guerra que no decidimos, que no queremos, y de la que no aceptaremos más sangre ni más muertos. Esto es lo que dejó a la vista de todos el asesinato de Juan Francisco Sicilia Ortega de 24 años, quien muere asfixiado el 27 de abril pasado. Su cuerpo sin vida es hallado con el de 6 personas más, atados de pies y manos, con claras muestras de tortura.
El miedo ya no es digno de la palabra
No la ahogaron adentro
Como te asfixiaron, como te desgarraron a ti los pulmones
Y el dolor no se me aparta, sólo tengo al mundo
Por el silencio de los justos
Sólo por tú silencio y por mi silencio, Juanelo
Javier Sicilia
El poeta y articulista Javier Sicilia, padre de Juan Francisco, se ha convertido desde entonces en el convocante de la jornada de protestas que tienen lugar este principio de mayo para exigir un alto a la política de guerra del actual gobierno.
Los ánimos están encendidos y la tragedia nacional es sentida de manera generalizada. La preocupación, la desazón y el hartazgo son sensaciones que se escriben, que se gritan y que se respiran en las últimas manifestaciones de repudio a la violencia en el país.
La movilización en Cuernavaca, se replicó el 6 de abril con marchas simultáneas en 38 estados, respondiendo a la convocatoria hecha por personas de la sociedad civil -principalmente poetas amigos de Javier Sicilia. Es entonces cuando la protesta comienza a tomar su carácter nacional.
A las consignas “no más sangre”, y “alto a la guerra” se suman ahora las de: ¡Fuera Calderón!” y “¡Si no pueden, que se vayan todos!”. Las demandas son claras, entre ellas: retirada del ejército de las calles, alto a la violencia y la impunidad, no a la militarización y no a la intervención.
“No queremos más muertos, no queremos ni un muchacho más asesinado, ni una niña o niño muerto” -dice Sicilia desde el dolor en voz de todos. El clamor generalizado: “que se acabe con el espiral de corrupción y violencia de la que no formamos ni formaremos parte”, alto a la violencia y a “esta guerra que no pedimos, no entendemos y todos pagamos”.
“Primero mataron a sus hijas y no me importó porque no eran mis hijas, luego mataron a sus hijos y no me importó porque no eran mis hijos, ahora mataron a mis hijos y para mí ya es demasiado tarde” se lee en una manta rodeada de flores e impregnada de la tristeza que cargan sobre sus hombros las mujeres que la extienden. Ellas tan dignas como todas las que han atravesado la barrera del miedo y el silencio, y han exigido justicia sobreponiéndose también a la terrible inoperancia y podredumbre del aparato de justicia. Maricela Escobedo, Josefina Reyes, Cipriana Jurado, María Luisa García Andrade, Maricela Ortiz, y otras más, han vivido la impunidad, y luego el exilio o la muerte. Es esto lo que ofrece el gobierno mexicano a las mujeres y hombres valientes de éste país.
El descontento popular se aglutina en la voz de Sicilia, quien asume el compromiso de impulsar un movimiento nacional convocando a la Marcha Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad. Al llamado han respondido múltiples organizaciones, colectivos y personas de la sociedad civil de distintos sectores a lo largo de todo el país. Así mismo el 28 de abril el EZLN se suma a la convocatoria, anunciando que sus bases de apoyo marcharán en silencio el 7 de mayo en San Cristóbal de las Casas, y haciendo un llamado a los miembros de la Otra Campaña a sumarse, brindado así su apoyo y respaldo a la movilización.
La marcha partió el 5 de mayo por la mañana de Cuernavaca y llegará el día de hoy a Ciudad Universitaria, de donde partirá el domingo por la mañana hacia el centro de la ciudad. Así, este domingo 8 de mayo, oleadas de indignación arribarán al Zócalo de la ciudad de México, en lo que se prevé será la movilización nacional más importante de los últimos tiempos, que iniciará una coyuntura en la que se hace unánime la urgencia de cambiar el rumbo y el llamado a refundar el país.
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